Este gringo estaba loco, sospechaban los paisanos. Les mandaba subir los médanos y echar agua en los almácigos con una regadera de mano. Lo habían visto sembrar y proteger las plantas bajo chaparrones que ninguno hubiera desafiado. Lo habían visto desnudarse frente al sol y quedarse parado frente al mar durante horas, comprobando en su misma piel como lastimaban en viento y la arena, los tallos y las hojas (...) "Ud. está loco", le había dicho Bodensheim, el ingeniero agrónomo que había reclutado en los mares del Norte. "Aquí no crecerá nada", le dijo. Y hundió su mano en la arena y la tiró al viento. "Nada", le dijo. Y se marchó. El Señor Gesell se había separado de la sociedad con su hermano. Y también de su mujer. Y ahora se encontraba solo, en los médanos, gastándose en semillas y herramientas la parte que había sacado de la división de su negocio.
Guillermo Saccomanno, El loco de los médanos